
Leyendo los versos del más conocido de los poemas navideños, esa “Noche Santa” que dice – ¡esperemos! – todavía en la escuela, pocos imaginarían que su autor, el poeta crepuscular Guido Gozzano, tenía una relación controvertida y a veces conflictiva con la religión. Al crecer en un turinés de finales de siglo donde todo era novedad y tecnología, Gozzano creció “meditando nietzsche”, como escribió en La Signorina Felicita,su pieza más famosa. Íntimamente, se sintió atraído por aquellos que no habían tenido la mala influencia de los filósofos nihilistas; su alma aspiraba a la luz, pero durante años frecuentó las malas compañías, pasando de lupanari a círculos en los que nunca se hablaba de Dios. Pero la verdad le atrajo: a finales de siglo Turín, un perdedor pero arruinado por el demonio del progreso, prefería siglos pasados. Sus siglos fueron quizás los siglos XVII-XVIII, los de las elegantes madames (La Marchesa di Cavour, Carolin-a ‘d Savòja) y los cuentos de hadas de Perrault, en los que se inspiró. Mientras que los periódicos católicos mostraron que no apreciaban particularmente sus colecciones de versos (La via del Rifugio, 1906; El Coloquio, 1911), Gozzano descubrió una amplia popularidad especialmente entre el público femenino que, aún hoy en día, especialmente si âgée,consideran el poeta de Turín como un clásico inevitable.
Gozzano murió a la edad de 33 años el 10 de agosto de 1916, electrocutado por tisis. Al final de su vida, definitivamente se había acercado a ese catolicismo que tanto había buscado y suspirado, pero nunca abrazado del todo. Gracias a un compañero universitario, Silvestro Dogliotti, que había entrado en la religión entre los benedictinos, y que día tras día le había convencido de que esa luz que suspiraba era en realidad Cristo. Pero había otra figura, generalmente silenciosa cuando se trata de Gozzano: Sor Nazarena Emma Bartolini, presencia silenciosa junto al gran poeta de Turín, que vivía en el convento de las monjas nazarenas, fundado en Turín en 1865 por el Beato Marco Antonio Durando. Sor Bartolini, admiradora de Gozzano, ofreció su vida a cambio de la conversión y salvación del joven poeta. Pues bien, sor Nazarena murió seis meses después Gozzano, a su vez segada por tisis.
Debemos creer que su sacrificio tuvo el efecto deseado: su amigo Dogliotti tenía que decir, sobre la muerte de Guido; al lado de la cama: “Me siguió con sus ojos, revivido de alegría; y con la humildad de las grandes almas, con la sencillez de los corazones puros, a mis oraciones, cortas para no cansarlo, respondió, primero, como yo le había dicho, en la mente y luego en voz alta “Amén”. ¡Oh, que así sea, que así sea!” […] Vestida de belleza, sonrió secuestrada ante los “nuevos cielos y una nueva tierra” que le fueron revelados” (Cit. en A. Paita, Guido Gozzano, la corta vida de un gran poeta, Bur, Milán 2008, p. 168). La hermana Bartolini hizo su sacrificio sin publicidad, alma-víctima que ahora brilla en la gloria de Dios.